domingo, abril 22, 2007

La calma

Tomó el vaso vacío y se lo acercó a los labios aún sabiendo que no bebería nada, pero hizo la mímica de que tragaba, quizás para distraerse. Dejó el vaso sobre la mesa y volvió a posar su mirada sobre el papel que, desdoblado, parecía sonreirle.

Lo tomó con la mano izquierda, mientras con los dedos de la derecha, se peinaba, acto que siempre le había producido una sensación momentanea de relajación, se dejó caer lentamente en el sofá, se acomodó para leer sin problemas, estiró el papel, sólo para dilatar el tiempo, suspiró un par de veces y se dispuso a leer.




Habiendo acabado ya con la rutina frente a la pantalla, bebió un par de sorbos más, con los que aprovechó de dar calor a sus manos sosteniendo la taza como si se tratara de las manos de un gran amor que no vería en mucho tiempo. Eran las 20.43 y estaba totalmente desocupada, ajena a si misma y con algunos recuerdos locos en la mente.
Mientras el café del tazón desaparecía lentamente, se dedicó a perder el tiempo frente a la pantalla que le iluminaba el rostro con un particular y poco cálido brillo. Se animó a iniciar unas cuantas conversaciones que la distrajeron un tiempo, pero luego de una horas, y algunos tazones más de café, el cansancio que no sentía decidió hacerse presente en la habitación, obligandola a bajar sus revoluciones, olvidar la cafeína en el cuerpo y recordar la calidez de su cama, que la esperaba aún con frescos recuerdos de una noche especial...




Tras, cuatro... seis y hasta una onceava vez releyó el papel que sus temblorosos dedos intentaban sostener. Cada lectura le entragaba un poco más de información, mientras le quitaba un poco de sentido a todo aquello que creía haber creído alguna vez. Se preguntó con impotencia "¿por qué?", se respondió con ira "... es obvio", y volvió a leer.

"cariño... te amo... nunca más... olvidaré... juntos... lejos de ti... muy pronto... para siempre... esperaré", el resto no importaba.

El cuerpo le exigía descanso, aunque su mente se negaba a descansar. Algunos minutos pasaron, y las letras dejaron de tener sentido, se volvieron borrosas, el papel perdió sus consistencia, sus manos perdieron fuerza, de pronto ya no sostenía el papel y todo estaba oscuro, los sonidos se hicieron lejanos y finalmente el mundo a su alrededor se detuvo.

lunes, octubre 16, 2006

... en blanco

El sonido de la cafetera era extrañanemte tranquilizante. Le anticipaba la sensación de placer que sentiría al beberse la taza de café caliente que ansiaba sentir en los labios.

Los primeros sorbos siempre era insuficientes, puesto que las ansias nunca le permitían disfrutar del todo el intenso sabor del brebaje que se preparaba casi ritualmente cuando necesitaba sentirse acompañada. Pasados los tres primeros sorbos bajó el tazón y apoyó sus manos sobre el mueble de la cocina, suspiró y miró hacia el cielo, estirando los músculos del cuello.
Sintiendo que ya no le quedaba más por hacer, volvió a su living y encendió el computador, esperando encontrarse con mucha gente, sólo para poder elegir no hablarles. Nunca entendió muy bien porqué hacía eso.





Los músculos de sus piernas habían cedido al peso del resto de su cuerpo, y ahora estaba apoyado en el muro, rodeado de pequeños trozos de vidrio, casi sentado, pero con las piernas recogidas sin esfuerzo. En su mano izquierda, sostenía la foto y en la derecha un papel desdoblado en el que se podían ver algunas palabras sueltas escritas con un lápiz de tinta negra.

La letra era muy bella, redonda y clara, no muy grande y todas las palabras terminaban con pequeños adornos que, en su momento, salían sin querer gracias a la soltura de muñeca de la escritora.

A sus ojos, las palabras no tenían sentido, parecían un montón de garabatos informes y extraños, parecía haber olvidado la habilidad de decifrar un texto, o tal vez sus ojos no podína enfocar correctamente las palabras, pues estaban cansados y él necesitaba dormir.
Por alguna razón agena a su actuar, hasta ese momento irracional, recordó que lo que estaba haciendo era producto de la profunda tristeza que sentía, y eso le dio rabia, más de la que ya tenía, pero que pudo canalizar en un suspiro largo y profundo, acompañado de un vano intento por ponerse de pie, cosa que consiguó sólo al tercer intento.

Una vez que ya tuvo más control sobre si mismo, y aún sin soltar la foto o el papel, salió lentamente de su habitación, arrastrando los pies como si llevara grilletes, la sola idea de llevar grilletes atados a los tobillos le pareción tan genial, que sólo era posible que algo tan ridículo e infantil le sacara una sonrisa, de esas que al verlas en el espejo parecen espantar más que aliviar a un rostro... pero al menos era una sonrisa.





Revisó su correo, porque consideraba que era algo necesario, después de todo, nunca se sabe cuando la empresa se va a dignar a decirte que estás atrasada con la entrega de tus trabjos, sin tomar en cuenta el hecho de que no han dado señales de existencia y de que parece ser que el único momento en el que eres realmente necesaria es cuando todo anda mal y hay que hacer las cosas rápido. Afortunadamente, nada pasaba todavía, y de entre el spam, que a veces revisaba por si acaso el filtro funcionaba mal, encontró un correo que le pareció más que interesante, lo suficientemente atrayente como para abrirlo y darle una leída... por su puesto que el texto carente de valor que se le reveló fue lo único valioso que obtuvo del correo, que terminó borrando con una expresión de derrota en el rostro, esperando, aunque sin pensarlo siquiera, en recibir una llamada telefónica o un correo alentador, que la sacara de sus pensamientos y que la distrajera de sus sueños, aunque fuera por unos segundos.

domingo, julio 09, 2006

Café cortado

Nunca antes había disfrutada tanto el dejarse llevar por los recuerdos. La múscia, que aun sonaba y la había trasnportado, la hizo volver a la realidad. Sentada como estaba en el sillón, suspiró largamente añorando volver a sentir lo que esa noche había sentido, y pensando en que jamás volvería a pasarle porque él había sido único, como parte de un sueño que no se repetiría y que nadie podría imitar.

Afuera, llovía como suele llover en invierno: mucha agua, mucho viento, pocas personas. Desde la ventana del living, miraba la calle por la que muchos autos, y una que otra micro, pasaban combatiendo a las hordas de gotas que furiosas los golpeaban intentando detenerlos o, por último, atrasarles el viaje que tan urgentemente parecían recorrer. Eran aproximadamente las 8 y media de la noche de un sábado cuya única relevancia había sido una película no muy buena, pero que había logrado sacarle algunas lágrimas que jamás supo de donde habían venido. Distraídamente, se acerca a la mesa y toca gentilmente con la punta de los dedos los papeles que sobre ella yacen inertes y fríos. Un escalofrío llega súbitamente a despojarla del relajo que había logrado tras el maravilloso recuerdo de aquella noche, y sin prisa alguna pero con suficiente velocidad, se dirige a su pequeña cocina, enciende la cafetera y espera que las negras gotas de un café fuerte llenen la taza que se beberá en tan sólo unos minutos.



Mientras, en alguna parte, en otro departamento, un extraño se pasea deseperado de un lado para otro, recogiendo, arrugando y botando papeles, algunos escritos, otros no. Se pasea intranquilo, tenso, extrañado. Sobre la mesa, tiene un café frío hace ya rato, pero de vez en cuando bebe un sorbo y en su cara se nota un gesto de profundo asco, mas eso no lo detiene de beber una y otra vez.
Parece que está buscando algo, si bien su errático caminiar por el departamento haría a cualquiera pensar que está simplemente desvariando, bastaría posar en sus actos una mirada no tan distraída para notar que en efecto está buscando algo, desafortundamente para él, no lo recuerda y por eso tantos papeles han sido víctimas de su rabia al no ser aquello que busca con tanta desesperación.
En una las carreras, entra en su pieza, pensado que tal vez en alguna parte de ese detestable lugar puede estar lo que busca, pero sus ojos traicioneros no le ayudan a buscar y en cambio se dirigen a la repisa donde la foto enmarcada sigue posada boca abajo.

Su mente, que parecía un tormenta de pensamientos, recuerdos, rabia y desesperación, de pronto entra en una calma que sólo puede llevar a algo peor. Con la mente en blanco y casi sin notarlo, se acerca a la repisa, toma la foto y la mira, la mira durante más de 3 minutos sin respirar siquiera, la mano derecha, que cae sin esfuerzo a su costado, se empuña con cada vez más fuerza, las uñas comienzan a enterrarse en la carne, pero no siente dolor, pues está concentrado en la imagen: En el fondo se ve un volcán cubierto de nieve hasta la falda, un poco más cercano, el brillo cobrizo del agua del lago, algunos pinos y otros árboles adornan el paisaje, pero el encuadre favorece a una figura; mujer, cabello negro y largo, ondulado y un poco desordenado por el viendo, tez blanca, pero bronceada y una sonrisa que le invade el rostro entero.

Una lágrima se escapa de sus ojos y se atreve a caer sobre la sonrisa más bella que podía recordar, al verla desfigurada, la razón por la que había entrado a su pieza llega de pronto a su mente, y arroja con fuerza la foto enmarcada contra la pared, el ruido del golde y del vidrio no lo inmutan, se acerca, remueve los pedazos de vidrio, el marco, la foto y encuentra un papel doblado.

lunes, julio 03, 2006

... el recuerdo

Lo que había pasado ese día por su cabeza había sida ya demasiado. Todo, desde las cosas que tenía que comprar, hasta las personas que había vista por primera vez en la sala del cine mientras esperaba que las luces volvieran a su tonalidad natural para poder encontar la salida. Ya no quería hacer nada más y a pesar de que Pamela estaba con ella, lo único que en verdad quería era estar sola. Quería pensar un rato mirando el techo de su pieza, la única parte de su departamento que jamás había sido intervenido por mano alguna.

Luego de un par de cafés y de conversación vana, Pamela se fue, dejándola sóla en su departamento de soltera, a unos 45 minutos en micro de la amistad más cercana. Ahora tendría tiempo de pensar y de relajarse dentro de su tensión. En el living-comedor, sobre la mesa grande, habían algunos pliegos de papel desplegados con muchos dibujos y lineas, uno que otro texto y varios números. Sobre y junto a esos pliegos, varios lápices de mina, unas gomas, dos o tres reglas y escuadras, muchos residuos de goma, un par de tijeras y un sacapuntas con forma de tortuga. Hacía días que no tocaba los papeles del proyecto, pero por alguna razón, todavía no la llamaban para exigírselos, por lo que se mantenía relajada pensando en que no eran necesarios, al menos no todavía.

No estaba muy preocupada, sabía que si se dedicaba 100% al trabajo, lo podría tener en 2 o 3 días, y el plazo para presentar el proyecto a la inmobiliaria acababa en 2 semanas. Delante de sí, tenía sólo tiempo para pensar y tal vez dibujar muchas curvas y lineas suaves en su block personal.

Acostada de espaldas sobre la cama, con los brazos estirados, miraba el techo mientras pensaba en absolutamente nada. Tan concentrada estaba en mirar el techo que logró, por unos minutos, tener su mente en blanco, claro que al momento de darse cuenta, toda clase de pensamientos le inundaron el techo, que ahora ya no estaba vacío, sino que atiborrado de ideas, palabras, responsabilidades, dibujos, recuerdos y una que otra lágrima. La oleada de imágenes fue tan abrupta, que se sintió mareada y tuvo que sentarse, para poder respirar con un poco más de facilidad. Se puso de pie y volvió al living-comedor, encendió su equipo de música, puso un disco y se sentó en su sillón favorito. Mientras los minutos pasaban, intentaba concentrarse en la música, pero no podía dejar de pensar en lo que le había pasado aquél día.

- ¿Por qué te quedaste... si sabías que no lo tenías que hacer?

Esa había sido una de las mejor noches que había pasado con él y no quería que se acabara. Dentro de sí, sabía que él no debía quedarse, sabía que si lo hacía todo cambiaría, sabía que era la peor cosa que podía suceder, sin embargo su boca y su cuerpo hicieron todo lo posible para reternelo... y lo lograron.

La sensualidad de la música que escuchaba, la llevaba lentamente a recorrer todos los segundos vividos desde que él le dijo que se quedaría, hasta el momento en que se vió desnuda junto a él en la cama de la que hacía unos pocos minutos se había alejado. Sus irresistibles caricias la habían hecho caer en una especie de trance y sus tiernos besos en el cuello la hacían estremecer. No se dio cuenta del momento exácto en que comenzó a desnudarlo, intentando tocarle el pecho y la espalda le había desabotonado lentamente la camisa, mientras él con una mano le acariciaba el rostro y con la otra recorría suavemente el contorno de su cuerpo. De un momento a otro, lo empujó, él perdió el equilibrio y cayó sobre el sillón, pero no solo, pues la mano con que reconocía su cintura, había llevado consigo el cuerpo de la mujer que había acariciado. En el sillón, mientras se besaban, ella misma había comenzado a desnudarse, pero dejó de hacerlo cuando sintió las manos masculinas que con una extrañan mestría y sutileza, arrancaban toda la ropa que le quedaba. Una vez libres de las limitaciones físicas de la vestimentas, las caricias se volvieron más intenzas y la respiración más agitada. Ya no recuerda como llegaron a la cama, y en realidad no le importa, sólo recuerda que en esos momentos se sintió bien, como ningún otro hombre la había hecho sentir antes.